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El Aral, un mar al borde de la muerte por la estupidez humana

16 diciembre 2011

 

El mar de Aral, víctima de una de las más grandes catástrofes ecológicas del siglo pasado, ya no tiene salvación. El Aral, que era el cuarto lago más grande del mundo (unos 66.000 kilómetros cuadrados), en 2004 ya había perdido un 75% de su extensión, y sus aguas habían quintuplicado su salinidad. Las imágenes fantasmagóricas de barcos abandonados en medio de un desierto son testimonio de esta tragedia. El fin del que otrora fuera el cuarto lago más grande del mundo comenzó en la década de los sesenta del siglo pasado, cuando los soviéticos comenzaron a desviar el agua de los ríos que llegaban hasta él con la intención de convertir las grandes  extensiones desérticas que lo rodean en campos de algodón y de cultivo de cereales.

Para frenar al menos esta dinámica se necesita la cooperación de los países de Asia Central que antes formaban parte de la desaparecida Unión Soviética. De momento, sin embargo, eso parece una misión imposible. Kazajistán y Uzbekistan, naciones que se reparten lo que queda del Aral, están enfrentadas con Kirguizistán y Tayikistán, repúblicas por donde fluyen los ríos que alimentaban el otrora gran mar interior. El Amu Daria y el Sir Daria se forman en las montañas del Tian Shan y el Pamir. El primero corre desde Tayikistán por Turkmenistán y Uzbekistán, mientras que el segundo lo hace desde Kirguizistán por Tayikistán, Uzbekistán y Kazajistán. Y por supuesto a nadie se le ocurrió calcular la cantidad de agua que el Mar de Aral necesitaba recibir para seguir vivo que, lógicamente y sin hacer muchos cálculos, era el 100% de la que recibía de los ríos. En otras palabras, la cantidad de agua que se evaporaba anualmente en el mar era la misma que recibía de los ríos. En una palabra, la estupidez humana ha hecho desaparecer un lago milenario en tan solo unas décadas.

Los países ricos en petróleo y gas, Kazajistán, Turkmenistán y Uzbekistan, obtienen el agua de países pobres, como son Kirguizistán y Tayikistán. De hecho, los dos últimos no tienen recursos económicos para comprar los hidrocarburos a precios de mercado y ven en el desarrollo de la industria hidroeléctrica la única salida de la crisis. De ahí que quieran acelerar sus planes de construir las centrales eléctricas. Pero a estos planes se oponen categóricamente los presidentes uzbeko y el kazajo. La construcción de esas centrales será el acta de defunción del Aral. El último intento de llegar a un acuerdo se hizo esta primavera, que concluyó sin compromisos. Así las cosas, el Aral parece condenado a seguir secándose.

En fin, todo un cúmulo de despropósitos que incluso tienen mucho que ver en el cambio climático mundial, puesto que los últimos estudios han demostrado que en lugares tan lejanos como el Everest, se han encontrado muestras de los contaminantes y la sal que ha quedado en el lecho vacío del Mar de Aral, variando incluso el índice de fundición de la nieve o de los glaciares próximos.

Sea como fuere, esto ya es pasado. Mirando al futuro, no es necesario ser un lince para darse cuenta de lo difícil que sería dar marcha atrás. En este caso, además, podríamos preguntarnos si hay sectores interesados en su muerte. La pregunta del millón seria ¿Habra petróleo en el subsuelo?